Por EMMA BURROWS y LORI HINNANT
Los anuncios en las redes sociales prometían a las jóvenes africanas un billete de avión gratis, dinero y una aventura lejana por Europa. Solo tenían que completar un juego de ordenador y un test de vocabulario ruso de 100 palabras.
Pero en lugar de un programa de estudio y trabajo en campos como la hostelería y la restauración, algunos de ellos se enteraron recién al llegar a las estepas de la región rusa de Tartaristán que trabajarían en una fábrica para fabricar armas de guerra, ensamblando miles de aviones no tripulados de ataque diseñados en Irán para ser lanzados a Ucrania.
En entrevistas con The Associated Press, algunas de las mujeres se quejaron de largas horas bajo vigilancia constante, de promesas incumplidas sobre salarios y áreas de estudio, y de trabajar con productos químicos cáusticos que les dejaban la piel picada y con picazón.
Para cubrir la urgente escasez de mano de obra en Rusia en tiempos de guerra, el Kremlin ha estado reclutando mujeres de entre 18 y 22 años de lugares como Uganda, Ruanda, Kenia, Sudán del Sur, Sierra Leona y Nigeria, así como de Sri Lanka, un país del sur de Asia. La campaña se está expandiendo a otras partes de Asia y América Latina.
Eso ha puesto parte de la producción de armas clave de Moscú en las manos inexpertas de unas 200 mujeres africanas que trabajan junto a estudiantes vocacionales rusos de tan solo 16 años en la planta de la Zona Económica Especial Alabuga de Tartaristán, a unos 1.000 kilómetros (600 millas) al este de Moscú, según una investigación de AP del complejo industrial.
«Realmente no sé cómo fabricar drones», dijo una mujer africana que había abandonado un trabajo en su país y aceptó la oferta rusa.
AP analizó imágenes satelitales del complejo y sus documentos internos, habló con media docena de mujeres africanas que terminaron allí y rastreó cientos de videos en el programa de reclutamiento en línea llamado “Alabuga Start” para reconstruir la vida en la planta.
Un viaje esperanzador desde África conduce a una “trampa”
La mujer que aceptó trabajar en Rusia documentó con entusiasmo su viaje, tomándose selfies en el aeropuerto y grabando videos de su comida en el avión y del mapa del vuelo, enfocándose en la palabra “Europa” y señalándola con sus uñas largas y cuidadas.