La crisis climática puede extinguir toda la vida en el planeta, incluida la humana. No es en milenios e incluso para la mayoría de las grandes especies vivas no es en siglos: es en décadas. Nuestros nietos vivirán mucho peor que nosotros. La idea del progreso se derrumba si no detenemos la crisis.
La realidad de los últimos días que estamos viviendo demuestra que el capitalismo que se desarrolló en los últimos 30 años no es capaz de detener la crisis climática.
La búsqueda ampliada y desregularizada de ganancias, motor del último capitalismo, no permitirá que entren tecnologías limpias a reemplazar las fósiles si aquellas no demuestran mayor capacidad en aumentar la productividad. La ganancia está ligada a la productividad y ésta a la energía. La gran energía que ha permitido el crecimiento de las ganancias en los últimos 200 años es la del carbón y luego la del petróleo. Es difícil conocer la historia de la ganancia del capital sin los combustibles fósiles.
El capitalismo, al anular el poder planificador de las naciones y liberalizar al máximo las relaciones mercantiles, construyó una especie de anarquía global en las últimas tres décadas, que hace imposible tomar las medidas de cambio económico y social que se necesitan para reducir a cero las emisiones de los gases efecto invernadero.
Ante tal incapacidad planificadora del capitalismo, éste ha delegado en el mercado y el sistema de precios la solución a la crisis climática, sin que los tiempos que se necesitan para ello coincidan con los tiempos inmediatos que necesita la vida en el planeta. La solución a la crisis climática no está en los capitalistas individuales, ni en el sistema de precios, ni éste garantiza cambios tecnológicos con la rapidez necesaria. Vamos al suicidio colectivo aferrados al mercado
Los países hoy sobre endeudados no tienen recursos ni para las obras de adaptación ni para las de mitigación de la crisis climática. La solución que proponen las conferencias climáticas de la ONU es endeudarse más, una solución improcedente.
Las empresas no tomarán decisiones de cambio a las tecnologías limpias si estas no aumentan la productividad de sus trabajadores. Una mayor energía usada en la producción en todo el planeta implica democratizar la generación de energías limpias en cada habitante de la tierra.
Por eso, a pesar de los discursos y la retórica política, la acumulación de CO2 en la atmósfera no solo crece, sino que se acelera, acercando el punto de no retorno en cuestión de años y, por tanto, el comienzo de las extinciones.
Si el capitalismo de los últimos 30 años no es capaz de solucionar el problema que el conjunto del capitalismo produjo en la historia: la articulación entre la ganancia ampliada con el cambio químico y ampliado de la atmósfera, entonces este capitalismo acabará con la humanidad o la humanidad lo enterrará para poder seguir viviendo.
Los empresarios de Davos deberían pensar en otro capitalismo como su última posibilidad: el capitalismo descarbonizado.
El capitalismo descarbonizado tendría que reconstruir el poder planificador de las naciones, articulado a una planificación multilateral y global de la transición. El vacío que deja la búsqueda de ganancias para acelerar la transición, lo llena la planificación pública, global y democrática. Esto implica que las COP tengan poder vinculante en sus decisiones. Si la Organización Mundial del Comercio o un tratado de libre comercio cualquiera es vinculante, ¿por qué las decisiones sobre la corrección de la crisis climática no lo son? ¿Por qué son apenas sugerencias en medio de la catástrofe?
El capitalismo descarbonizado tendría que hacer que los tratados de la OMC, Organización Mundial del Comercio, y el FMI, Fondo Monetario Internacional, se supediten a los acuerdos climáticos. El capitalismo descarbonizado tendría que lograr que el acuerdo climático busque sin rodeos la reducción del consumo de carbón, del petróleo y del gas hasta llegar a cero emisiones en el corto plazo.
El capitalismo descarbonizado tendría que prever que el inmenso plan de la descarbonización implica profundas reformas al sistema financiero mundial que permitan cambiar deuda por clima, de tal manera que las naciones puedan financiar los costos de la adaptación y, sobre todo, los de la mitigación a través de la reducción de su deuda. El capitalismo descarbonizado tiene que desvalorizar la deuda que pesa globalmente sobre procesos productivos y sobre naciones.
El capitalismo descarbonizado tendría que acabar los paraísos fiscales que debilitan los presupuestos públicos para hacer la transición.
El capitalismo descarbonizado debe contemplar que grandes infraestructuras de capital fijo se transformen radicalmente, incluso desvalorizándose, como las del vehículo particular o las del urbanismo del suburbio, para ser reemplazadas por las que permiten el desarrollo de una economía de energías limpias, como las grandes redes férreas de transporte público, por ejemplo.
El capitalismo descarbonizado no puede proteger más la economía fósil. El capital fósil debe entrar en una seria y definitiva etapa de desvalorización.
El capitalismo descarbonizado debe contemplar que ciertos derechos fundamentales dejen de ser mercancías sujetas a ganancia, como el agua potable, la alimentación básica, la salud preventiva y sus medicinas. La alimentación de los pueblos debe cimentarse en la soberanía alimentaria y no en el libre mercado mundial.
¿Es posible el capitalismo descarbonizado? La gran transformación del capital, como dijera Polanyi, es ahora o no habrá un capitalismo descarbonizado, ni un capitalismo siquiera, y es posible que no haya humanidad.